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Cuando nos allegamos ante la presencia de Dios encontramos momentos que nos sacian, llenan, fortalecen y estimulan. Él, como nuestro padre amante sabe de qué tenemos necesidad y lo qué experimentamos día a día. Por eso cuando hablamos con él en comunión solemos sentir una especie de tranquilidad. Los problemas no se han ido, pero sentimos una paz y seguridad de que en su debido momento obrará porque él nos está escuchando y conoce nuestro corazón.