Qué difícil es para nosotros los seres humanos quedarnos callados ante algún suceso, sobre todo cuando es malo, siempre tenemos algo que opinar ante alguna calumnia, ante una herida a nuestros sentimientos, ante alguna injusticia.
Pon guarda a mi boca, oh Jehová; Guarda la puerta de mis labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, A hacer obras impías Con los que hacen iniquidad; Y no coma yo de sus deleites. Salmos 141:3-4
En nuestra humanidad es normal abrir nuestra boca para intentar aclarar las cosas cuando sentimos que están levantando falsos de nosotros o tratar de defendernos de alguna agresión, pero después de unos minutos, cuando la euforia ha bajado y nuestra emoción se encuentra estable pensamos ¿Por qué dije esto?, ¡No debí usar esa expresión!, en lo personal me ha pasado y seguramente a usted también, nos arrepentimos de habernos dejado llevar por la emoción de ese momento.
Me llama mucho la atención lo pide el rey David en este salmo, ayuda para guardar sus labios, eso nos hace entender que solos no podemos dominar nuestra boca, que sin la ayuda de Dios es imposible tener prudencia y saber cuándo guardar silencio.
Esperemos a estar calmados y entonces quizás ya no será necesario que hablemos. Algunas veces el silencio es lo más poderoso que se puede concebir. Es la fuerza en toda su magnitud; es como un regimiento al que le han ordenado guardar silencio en el furioso fragor de la batalla.
Sin duda precipitarnos sería mucho más fácil pero no se pierde nada aprendiendo a quedarse callado.
El silencio es un gran pacificador.
IZAMAR REYES