“Una gota de miel caza más moscas que un galón de hiel.” – Abraham Lincoln.
Quizás muchas veces hemos escuchado esta frase y es probable que muy pocas veces la practiquemos, es más, les comento una anécdota que viene a mi mente:
Hace algunos años, alguien me reclamó fuerte por algo que no era mi culpa, y debo admitir que me molesté y le grité: ¡HEY, PERO NO ES MI CULPA! Luego, al pasar algunos minutos, me acerqué y le dije: perdóname, te grité, y sabes, quizá y a lo mejor si tengo la culpa. No, yo me equivoqué, yo te juzgué mal, perdóname, me dijo. Ese día, aprendimos una gran lección, se gana más siendo amable, que soberbio.
Es cierto que a nadie le gusta sentirse atacado o cuestionado, apenas nos sentimos de esta manera, vamos pronto a la carga para defendernos, incluso muchas veces con un tono desafiante y abusivo ofendemos o nos exaltamos sin razón alguna.
Es necesario reconocer que no vamos a lograr nunca nada discutiendo. Más la amabilidad tiene el poder de conducir a las personas hacía lo que queremos hacerles ver, de una forma que lo acepten, que incluso lleguen a la conclusión en que están en desacuerdo pero que entienden el punto de vista que quieres mostrar.
“La blanda respuesta quita la ira; Mas la palabra áspera hace subir el furor”. Proverbios 15:1
No es fácil, pero inténtalo, verás cómo la gente responde de una mejor manera a la amabilidad y el buen trato, lograrás mejores resultados y, sobre todo, conseguirás mejores resultados en tu vida.
La amabilidad es siempre un claro exponente de madurez y de grandeza de espíritu. Una persona amable es un tesoro. Es capaz de desarmar nuestra ira con una sola palabra, de serenarnos con un gesto, de impulsar nuestros deseos y de tendernos una mano para alcanzar nuestros sueños. Una persona amable atesora un alto coeficiente, capaz de desarrollar una gran disposición para hacer el bien.
¡Un fuerte abrazo!
Att. Kike Sánchez.