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Podemos hacer muchas cosas para sentirnos seguros, mejorar los sistemas de seguridad en nuestra casa, poner ventanas anti-impacto para protegernos del clima y sentirnos resguardados en nuestro hogar, pero no hay como refugiarnos en Dios. Allí sí que tenemos garantizada nuestra vida.
El temor del Señor no es tenerle miedo. Es ese respeto sin igual, esa reverencia que sentimos cuando reconocemos Su grandeza y Su gracia para con nosotros. No encontraremos mejor lugar donde refugiarnos que en los brazos abiertos de nuestro Salvador.