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El jardín de Leota fue una vez un lugar lleno de belleza, donde las flores florecían y la esperanza prosperaba. Era su refugio de las heridas profundas que infligió una devastadora guerra. Era su santuario, donde ella se arrodillaba ante un amoroso Dios y oraba por los hijos que no podían entender los sacrificios silenciosos que había hecho ella.