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Es difícil no preocuparse cuando las cosas se van de nuestro control, pero cuando la preocupación conquista todo nuestro ser y opaca a nuestra fe, entonces ésa preocupación se convierte en un problema mayor que el que se supone que la provocó.
Y es que la pérdida de la fe es el mayor problema que podemos tener, no hay otro problema más grande que dejar de confiar en la mano poderosa de Dios.