“Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí”. Génesis 3: 8-10

Sin lugar a duda la desobediencia o el pecado trae consigo la vergüenza, aquel sentimiento que nos aleja de la presencia de Dios, aquel sentimiento que nos hace sentir que no somos merecedores de estar frente al Señor, porque simplemente somos demasiados pecadores.

Y es que muchas veces se nos olvida que somos débiles, que tenemos tendencias a hacer lo malo y que no nos podemos fiar de nada, pues como dice la Palabra: “El que piensa que está firme, mire que no caiga”.

Sin duda el temor inunda nuestro corazón por el error cometido y es inevitable pensar que todo el mundo nos vio y se enteró de nuestro mal proceder, y lo único que queremos es escondernos, tal como Adán y Eva lo hicieron después de su caída.

Quizá en estos días, quizá ayer o hace un momento llevaste a cabo una acción que te hizo caer en pecado y te has sentido muy mal, pensamientos de derrota han venido a tu mente, voces extrañas te dicen que eres un fracaso, que volviste a fallar, que no cumpliste tu promesa de santidad y tantas palabras que obviamente no vienen de parte de Dios.

Te sientes mal contigo mismo, te sientes mal con Dios, tienes vergüenza de acercarte a Él para pedir que te perdone una vez más, porque consideras que son demasiadas veces las que lo has hecho. Hay un sentimiento horrible en tu corazón, de esos que no te dejan ni sentarte tranquilo, por un momento piensas en renunciar del todo, “de todas formas siempre fallo” dices, mientras sientes una vergüenza mayúscula que inunda tu ser.

Quizá hayas perdido la cuenta de la cantidad de veces que le fallaste a Dios, puede que por el tamaño de tus pecados te sientas indigno para presentarte delante del Padre, pero ya no te martirices por ellos, ni te escondas detrás de las hojas de un árbol, tal como lo hicieron Adán y Eva, porque esa no es la solución, no por ello los demás olvidarán lo que hiciste o Dios lo obviará; esto no funciona así.
Al contrario, sal del arbusto y permite que Dios renueve tu ser, porque esa es la buena noticia, que si con un corazón arrepentido vas delante del Padre, sin duda Su sangre limpiará todos tus pecados y te hará justo.
1 Juan 1:9 (RVR1960) Menciona:
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”

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