El ancla en diferentes culturas es símbolo de esperanza.
En la carta a los Hebreos capítulo 6:19 se menciona que “Esta esperanza mantiene nuestra alma firme y segura, como un ancla, y penetra hasta detrás del velo”, refiriéndose a las fieles promesas de DIOS.
Cuando EL SEÑOR hizo su promesa a Abraham, la respaldó hasta el final, poniendo en juego su propia reputación.
Le dijo: “Te prometo que te bendeciré con todo lo que tengo. Abraham se mantuvo firme anclado a la esperanza de que recibiría lo que DIOS le juró, y obtuvo todo lo que se le había prometido.
Cuando la gente hace promesas, las garantiza apelando a alguna autoridad por encima de ellos, por ejemplo cuando la gente testifica lo hace frente a testigos que son autoridad, o poniendo su mano sobre la Biblia en señal de que La Palabra de Dios es la verdad, de modo que si hay alguna duda de que cumplirán la promesa, la autoridad los respaldará.
Pero cuando Dios quiso garantizar sus promesas, dio SU PALABRA , una garantía sólida como una roca: Dios no puede faltar a su palabra. Y como su palabra no puede cambiar, la promesa es igualmente inmutable.
Por eso, sus promesas, o sea SU PALABRA empeñada, es el ancla de nuestra fe, es la esperanza que nos mantiene firmes sabiendo que sin importar las circunatancias, o el tiempo que transcrurra, lo que DIOS ha dicho se cumplirá.
Nosotros, que hemos corrido hacia Dios para salvar nuestra vida, tenemos todos los motivos para agarrar la esperanza prometida con ambas manos y no soltarla nunca. Es un ancla espiritual irrompible, que llega más allá de todas las apariencias hasta la misma presencia de Dios, donde Jesús, corriendo por delante de nosotros, ha tomado su puesto permanente como sumo sacerdote para nosotros.