“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.” Mateo 6:6
Orar cuando todo está bien, es lo más sensato que podemos hacer, orar cuando todo lo veamos mal, es lo más sabio y seguro que podemos realizar.
La oración es en muchas ocasiones, la manera más eficiente y poderosa con la que podemos intervenir en una situación, ayudar a otra persona, solucionar un problema o sencillamente controlar nuestros pensamientos y emociones.
Orar es hablar en secreto con Dios, es confiar en Él como si fuera nuestra mamá, papá o nuestro mejor amigo, de hecho, Él es nuestro Padre Celestial, es la persona a la que podemos acudir no solamente con la esperanza de que escuche nuestras intimidades, sino también de encontrar una pronta y sabia ayuda, respuesta, consejo y todo aquello de lo que tengamos necesidad. Él es el todopoderoso, quien todo lo sabe y el que puede estar en todas partes al mismo tiempo, no lo limita el tiempo o el espacio, muchas veces quienes lo limitamos somos nosotros, por nuestra falta de fe, porque orar con fe es la clave para ver el obrar de Dios; la fe es precisamente confiar en lo que aún no vemos y estar seguros de lo que esperamos (Hebreos 11:1); la fe en Dios, es esperar en su voluntad, dice su Palabra que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad podemos estar seguros de que tendremos aquello que hemos pedido(1Juan5:14-15).
La promesa de Dios para nuestra oración es que todo aquello que en secreto le confiemos, Él lo resolverá en público, entonces, si no sabemos qué decisión tomar, en algún asunto personal, familiar o laboral, pero se lo confiamos a Dios, Él nos guiará, nos dará sabiduría, nos abrirá el camino y nos llenará de su paz que sobrepasa cualquier duda, temor o inseguridad, para que así, todo lo que hagamos esté de acuerdo a su voluntad y sea para nuestro bienestar. Entonces, oremos, oremos en todo tiempo (1 Tesalonicenses 5:17).