Recuerdo una frase que en reiteradas ocasiones los docentes decían en la escuela:
“No es lo mismo oír que escuchar”. Y es verdad, oír es percibir sonidos con los oídos, mientras que escuchar es prestar atención a lo que se oye, la diferencia es que cuando escuchamos hay una acción de voluntariedad y predisposición para atender y comprender lo que estamos oyendo.
Esto me hace pensar en un personaje bíblico al cual admiro mucho: MARÍA DE BETANIA.
La hermana de Lázaro y Marta (amigos de Jesús). El evangelio según Lucas nos cuenta que Jesús junto a sus discípulos llegaron a un lugar llamado Betania a la casa de estos tres hermanos y allí El Maestro, comenzó a enseñar. Entonces María fue y se sentó a los pies de Jesús (como solía hacer cualquier discípulo).
Y ya conocemos la historia: Marta afanada en sus quehaceres le reclamó a Jesús porque su hermana no le ayudaba: “ Señor, ¿por qué no te importa que mi hermana me deje hacer todo el trabajo sola? Dile que venga a ayudarme.”
A lo que Jesús le contestó: “Oh Marta, Marta, estás tan preocupada y pendiente de un millón de detalles, pero en realidad, sólo importa una cosa. María ha elegido esa única cosa, y yo no se la voy a quitar.” (Eso era escuchar atentamente a Jesús).
Eso me hace trasladarme a otra historia, que justamente tiene como escenario la misma casa de Betania [El evangelio según Juan, nos cuenta que] seis días antes de la Pascua Jesús entró nuevamente en Betania, Lázaro y sus hermanas invitaron a Jesús a cenar en su casa. Marta sirvió. Lázaro era uno de los que se sentaban a la mesa con ellos. María entró con un frasco de aceites aromáticos muy caros, ungió y masajeó los pies de Jesús, [En el oriente Los huéspedes eran ungidos como señal de respeto, pero este era un ungimiento diferente] y luego los secó con sus cabellos. La fragancia de los aceites llenó la casa. (No confundamos esta escena con la mujer que ungió a Jesús en la casa del Fariseo, a aquella le fueron perdonados todos sus pecados. Son dos historias distintas).
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, que se preparaba entonces para traicionarle, dijo: “¿Por qué no se vendió este aceite y se dio el dinero a los pobres? Habría dado fácilmente trescientas monedas de plata”. Lo dijo no porque le importaran algo los pobres, sino porque era un ladrón. Estaba a cargo de sus fondos comunes, pero también los malversaba.
Entonces, Jesús dijo: “Déjala. Está anticipando y honrando el día de mi entierro.
En reiteradas ocasiones Jesús habló con sus discípulos sobre el día de su muerte, pero estos siempre le interrumpían porque francamente casi nunca prestaban atención. En cambio María de Betania, atesoraba las Palabras de su MAESTRO, guardaba cada dicho en su corazón, POR ESO ELLA SI ENTENDIÓ y se anticipó al ungimiento, preparando a Jesús para aquel trascendental momento.
¡Qué gran enseñanza, qué hermosa lección, podríamos estar oyendo mucho de Jesús, pero podríamos estar sin escuchar al MAESTRO. Seamos sensibles a su voz y a sus enseñanzas, sentémonos a sus pies y escojamos la mejor parte.