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Antes de seguir a Jesús, teníamos tormentas y ahora también, la diferencia está en que, antes sufríamos en silencio, o padecíamos sin entender. Pero ahora el Espíritu Santo intercede por nosotros con gemidos indecibles, ahora no volvemos atrás, seguimos adelante en medio de la tormenta y llegamos al otro lado. A David lo perseguían, lo querían matar, lo golpeaban. Pero él estaba ungido. Por eso podemos perseguir la tristeza, golpearla y matarla porque “tenemos la unción del vencedor”.