Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde,
Mas al altivo mira de lejos.
Salmos 138:6-8
El orgullo le hace mucho daño no solo a quien lo padece sino también a quienes están a su alrededor. El orgullo nos priva de vivir una vida llena de armonía con los demás y de disfrutar a nuestros seres queridos; y lo peor de todo, no nos permite acercarnos a Dios. Casi a nadie le gusta estar al lado de alguien que sea altivo y considere inferiores a los demás.
Daniel capítulo 4 es un extraordinario pasaje que habla acerca de cómo el rey Nabucodonosor prácticamente se creía un dios. El relato cuenta que él tuvo un sueño y el profeta Daniel lo interpretó. Luego de interpretarlo y revelarle al rey Nabucodonosor que debía reconocer que sólo Jehová es Dios, este rey siguió con su soberbia y sufrió un castigo muy humillante: se volvió como una bestia y se fue a comer pasto con los otros animales.
Hasta que un día finalmente reconoció que él no era nadie y que sólo Jehová era el único Dios. Luego de eso Dios en su misericordia lo restauró.
¿Cómo ejercitar la humildad?
No tener un concepto superlativo de nosotros mismos.
La humildad tampoco consiste en andar con apariencias falsas. Hablar de lo que sabemos hacer, de cómo somos y qué hemos aprendido en esta vida es una manera práctica de conocernos a nosotros mismos. De esta forma será más fácil elaborar un concepto sobre cómo somos como personas.
Ver a los demás como superiores a nosotros. Filipenses 2:3
Esto no significa que debamos tener algún tipo de complejo de inferioridad, no. Se trata de no ver al prójimo como si yo fuese mejor que él, pues todos somos iguales ante Dios. Aquí juega un papel muy importante el amor al prójimo como a nosotros mismos.
Conclusión
Jesús es el ejemplo máximo de humildad. Todos hemos aprendido que él siendo el rey del universo y con todo a su disposición, decidió humillarse para venir a morar con el hombre – quien a propósito lo recibió mal desde su propio nacimiento – y le entregó su tiempo, sanidad de muchas enfermedades, liberación, resurrección de muertos y lo más importante, la salvación de nuestras almas.
El reino de los cielos es para los humildes, así que debemos ejercitar este principio para hallar gracia ante Dios.